Michismosos, terminé de ver la tercera temporada de la serie australiana Glitch y vengo con la lengua filosa porque necesito desahogarme. Para los que no la conocen, esta joyita arranca con un premisón: unas personas que se levantan de sus tumbas, pero no como zombies podridos, sino como si acabaran de salir de la peluquería, impecables, listicos, y en medio de todo este caos tenemos al oficial James Hayes, que se convierte en el guardián de estos resucitados en la ciudad ficticia de Yoorana.
Las dos primeras temporadas son oro puro: tensión, misterio, traiciones, el pobre James partiéndose el alma para proteger a los resucitados mientras pelea contra amigos, su jefe y hasta su propia esposa. Uno estaba pegado a la pantalla sin parpadear porque cada detalle importaba y no querías que nada malo les pasara ni a James ni a los resucitados.
Pero michismosos, cuando llegó la tercera temporada de Glitch, el hechizo se rompió. La serie se fue en picada como avión de papel mojado. Aquí va la alerta de spoiler, así que si sigues leyendo es bajo tu propio riesgo: James, nuestro héroe, muere y encima cambia de bando. Sí, lo que oyes, ahora se convierte en cazador de los mismos resucitados a los que defendió con uñas y dientes. Y todo para aliarse con William Blackburn, ese que de la nada empieza a tener visiones apocalípticas porque el guión dijo: “pues métanle poderes, ¿qué más da?”.
¿Y saben cómo muere James? Agárrense. Se resbala en el baño y se golpea la cabeza. ¿Perdón? O sea, Vic Eastly, el antagonista de la primera temporada, tuvo una de las muertes más espectaculares con su accidente en la patrulla, y James, nuestro protagonista, se despide como tía cayéndose en las chanclas del baño. ¡Inaceptable!
Encima, el cambio de James no tiene ni pies ni cabeza. Pasamos de ver al hombre dando la vida por Kate a tenerlo decidido a matarla junto con todos los demás. Es como cuando Hollywood nos hizo la ridiculez de volver a John Connor el salvador de Skynet: absurdo y sin perdón.
Ah, y como si fuera poco, nos meten a dos resucitados nuevos: la niña Belle y un tal Chi. Ellos no son malos, pero no aportan nada. Solo alargan la historia como relleno de telenovela barata. Chi termina muriendo en el último episodio a manos de un joven Paddy Fitzgerald, y uno queda como “¿y a mí qué me importa?”.
Y hablemos del gran final, michismosos. Ese sí fue el colmo. Dos temporadas enteras viendo a estos personajes luchar por sobrevivir, sacrificarse, crecer… y ahora Kate, la luchadora de siempre, no siente nada. Con un simple pitido de Blackburn todos se ponen modo zombies obedientes y se van caminando a un incendio forestal para morir. ¿En serio? ¿Ese es el cierre?
Después de esa ridiculez, James se esfuma estilo Thanos, y nos lanzan un salto de 20 años solo para ver a Chris y a la hija de James, Nia, hablando frente a la tumba del papá. Y uno ahí con la cara de Homero cuando descubre que ya no queda ni una dona: vacío, decepcionado y con ganas de demandar.
En conclusión: Glitch empezó como un manjar australiano de suspenso y terminó como comida recalentada que ni el microondas quiere revivir.