El problema de los colados en TransMilenio ya no es un problema, es casi una tradición de los vivarachos. Según un estudio de la Universidad de los Andes, dos millones de personas se meten en Transmilenio cada semana sin pagar, y lo más divertido es que cada uno tiene su excusa lista: que el pasaje es caro, que el bus es incómodo, que no se sienten seguros… pero para colarse sí que se sienten ligeritos, como si fueran atletas olímpicos del salto al torniquete.

¿Y qué hizo TransMilenio para frenar a estos superhéroes de la viveza criolla? Pues contrató unos guardianes privados con chalecos verdes fosforescentes y, atención, con silbatos. Sí, un ejército de silbatos para detener a los colados. Cada vez que alguien se mete sin pagar, suena un “fiuuuuuuu” como si estuvieran arrancando un partido de microfútbol en la cancha del barrio.

El Karen Macho, en sus recorridos diarios, se ha vuelto testigo de lujo de la escena: los guardias con cara de resignación repitiendo “debe validar el pasaje” mientras soplan el silbato como si estuvieran llamando un taxi. Y los colados, felices, caminando como si nada, porque claro, ¿qué más les puede pasar? ¿Un silbatazo en el oído? Uy, qué castigo tan duro, casi me da miedo.
Pero ojo, no me malinterpretes: yo no digo que estos guardianes deban arriesgar su vida por detener a un colado que se cree el más vivo de la ciudad. Ellos hacen lo que pueden con el silbato y la mirada de “por favor, pague”, y ya. El problema es que esa estrategia es como ponerle curita a una fractura: se ve la intención, pero no arregla nada.

Así que, michismosos, la pregunta es: ¿qué va a solucionar de verdad el problema de los colados? Porque lo que está claro es que un chaleco verde y un silbato no van a asustar a nadie. Aquí lo que se necesita es una fuerza que de verdad haga temblar al que intente evadir el pasaje, una sanción seria, un golpe de autoridad. Porque mientras el castigo siga siendo un fiuuuuu en la oreja, los colados seguirán reinando como los reyes del descaro en TransMilenio.